La siguiente es una entrevista que le realicé al historiador Félix Luna en el año 2003 y que fue publicada por el diario La Capital.
-La idea es conocerlo y hablar sobre las distintas corrientes historiográficas. Usted mismo dice que cada autor se basa en una ideología.
-Sí, lo que yo digo es que como la historia no es una ciencia, no puede llegar a conclusiones absolutas ni establecer leyes. ¿Estás grabando?
-Sí.
-Precisamente, lo fascinante de la historia es que siempre puede admitir nuevos puntos de vista que enriquecen lo anterior, lo cuestionan, a veces lo invalidan... Y eso hace a un movimiento intelectual contínuo dentro de esta disciplina.
-De todas maneras, las distintas maneras de contar la historia, por ejemplo de parte de la Iglesia, o la historia revisionista...
-La historia revisionista ya no existe (sic). Han desaparecido ya los voceros más importantes. Su aporte quedó. En algunos casos es bastante valioso y en otros casos estaba muy teñido por la ideología o por la política. Pero ya no suscita ninguna polémica. Yo diría que ya no existe como línea actual. Quedan los libros, desde luego, pero algunos ya muy desactualizados. Y lo que hay, sí, son diferentes puntos de vista o diferentes especialidades. Hay una historia económica, hay una historia social... Yo veo cierto peligro en esta fragmentación. Yo cultivo una historia narrativa, fundamentalmente. Porque siempre he pensado que si la historia sirve para algo es para que la gente entienda dónde está parada, ¿no? Y la forma de llegar a la gente es contando bien la historia. Sin simplificaciones, sin terrorismo intelectual (sic), sin sensacionalismo. Tratando de poner realmente todo lo que ocurrió. Tratando de interpretarlo desde el punto de vista de lo que uno piensa. Sin enjuiciar, porque todo no se puede saber. Hay que tratar de comprender más bien.
-Usted es abogado.
-Sí, pero no he ejercido. He sido un pésimo abogado.
-¿Cómo se dedicó a la historia?
-Siempre me encantó la historia. Yo vengo de una familia riojana muy, muy antigua. De la época de la conquista. De modo que en mi casa había tradiciones, recuerdos de la gente vieja. Y eso me lo transmitían, y entonces me fueron creando una cierta curiosidad por la historia misma.
-¿Y cómo llegan a Buenos Aires?
-Yo nazco acá. Soy el primero en once generaciones que nací en Buenos Aires. Fue el 30 de septiembre de 1925. En el 58 me destinan al exterior y voy a Suiza; después estuve cuatro años en Montevideo, en el tiempo de Frondizi. Yo fui funcionario del gobierno de Frondizi. Y después cuando vuelvo a Buenos Aires me dedico más al periodismo y también a la historia. Publico un libro que tuvo bastante éxito, “Los caudillos”. Y ahí ya empecé a dedicarme más profesionalmente. En el año 67 fundo la revista Todo es Historia, que sigue hasta ahora. En el 68-69 publico “El 45”, que en su momento fue un libro que tuvo mucha trascendencia. Y bueno, y ya sigo en mis cosas, en esta carrera de historiador un poco improvisada al principio y que culmina cuando me incorporan a la Academia de Historia.
-¿Qué opina de los que hacen historia novelada?
-Mire, la novela histórica es un género muy legítimo. Algunos lo cultivaron bien. Para mí el modelo es Benito Pérez Galdós, con sus “Episodios nacionales”, en España. Aquí fue su iniciador Manuel Gálvez. Y yo he escrito también un par de novelas históricas. Pero creo que el error que han cometido algunos novelistas o historiadores o historiadores-novelistas o no sé qué, es buscar figuras protagónicas para sus personajes. Entonces es ahí donde meten la pata. Se equivocan, o para hacer más atractivo el personaje le atribuyen condiciones, o imaginan episodios que no existieron y que tienden a distorsionar el personaje y su época. Por ejemplo, apareció un libro sobre Castelli donde le atribuyen a Castelli relaciones incestuosas con su hija. Una cosa delirante, ¿no? Algunas biografías, como la de San Martín que se produjo hace como dos o tres años por García Hamilton, donde insinúa que es hijo de Diego de Alvear, sin ningún fundamento histórico. Yo he escrito un par de novelas con un personaje inventado, Martín Aldama, que es un porteñito que se incorpora a Patricios después de la Primera Invasión Inglesa y después sigue con el Ejército; lo acompaña a Belgrano en su campaña al Alto Perú y después le pasan cosas: aventuras, amoríos, etcétera. Pero lo que trato de describir es la época, las condiciones de vida, hasta el lenguaje. Y después hice una continuación con el mismo personje que va de 1820 a 1828: la guerra con Brasil, el gobierno de Rivadavia, etcétera. Lo que me propuse, en el primer tomo sobre todo, fue demostrar cómo una colonia toma la decisión de convertirse en un país independiente y qué significa eso, qué cambio mental, digamos.
-Usted hizo un trabajo sobre la Revolución de Mayo donde plantea que en realidad la participación popular fue mínima.
-Sí, eso no es novedad.
-También es algo extraño cómo se resolvió la batalla de Pavón.
-Sí, hay muchas explicaciones: desde que Urquiza estaba enfermo hasta de que intervino la masonería. Bah!, cada uno tiene su versión.
-Pero en definitiva no quedó cerrado el tema de qué pasó en esa batalla.
- Bueno, mire, hay distintos temas que no están cerrados. Por falta de documentación se hacen conjeturas, nada más. Y uno elige, o no. Elige tal vez la más atinada, la más sensata, la que le parece más fundamentada.
-De todas maneras, no fue cualquier batalla.
-No, no, por supuesto.
-Fue la batalla más importante...
-Tuvo consecuencias muy importantes, sí.
LA DEMOCRACIA SE TERMINO DESPUES DE LA
DERROTA DE ROSAS EN LA BATALLA DE CASEROS (1852)
-Usted también plantea que hasta 1912, con la ley Sáenz Peña, el gobierno lo ejercía una élite ilustrada. O sea que de 1810 hasta 1912 es como que la participación popular estaba soslayada.
-Al principio existía. Es decir, se reconocía que la soberanía popular debía prevalecer, que el pueblo debía elegir sus representantes, etcétera. Pero después de Caseros lo que se impone es la doctrina de Alberdi que lo que recomendaba era: cuidar las formas republicanas pero que no hubiera democracia (sic), que el pueblo no eligiera "hasta que no estuviera en condiciones". Porque era un pueblo "pequeño, disperso, sin hábitos de trabajo, sin respeto por la autoridad, sin la costumbre del ahorro ni del trabajo". Entonces, que viniera el inmigrante, si es posible anglosajones para ir cambiando, digamos, el aspecto, la naturaleza, del pueblo argentino. Y cuando estuviera en condiciones, bueno, votaría y elegiría. Y que fue en última instancia lo que se hizo. Los gobiernos de Roca y los demás preservaron las formas republicanas, la división de poderes, la libertad de expresión, las libertades civiles, de trabajar, de ir de un lado al otro, de difundir sus ideas. Pero el pueblo no votaba. Votó a partir de 1912. Cuando ya había una clase media formada, cuando los hijos de los inmigrantes ya se habían argentinizado, ya tenían un lugar en la sociedad, etcétera.
-Bueno, pero son más de cien años de historia donde no se miró al pueblo, donde siempre trató de gobernar una clase ilustrada.
-Se gobernó en nombre del pueblo.
-Pero era como el senado de Roma, que gobernaba en nombre del pueblo pero que eran diez personas.
-Bueno, no tanto. Eran muchos más.
-Bueno, pero ése era el modelo: el gobierno era una clase ilustrada y una cosa es lo que dicen en los papeles y otra cosa era la realidad.
-Sí. Pero manteniendo las formas. Y eso es importante.
-¿Cómo sería “manteniendo las formas”?
-Como le digo: respetar la libertad de expresión, la división de poderes. Los poderes eran independientes en el tiempo de Roca, de Pellegrini. Las provincias eran bastante autónomas. Lo que pasa es que lo que no se permitía era que el pueblo votara libremente y que reconociera que no estaba capacitado para eso. Algo de razón tenían (sic), porque había un altísimo nivel de analfabetos. Después el plan de Sarmiento se puso en marcha.
-De todas maneras, el voto popular sólo duró 18 años, hasta la revolución del 30.
-Sí.
-Y si después, le sumamos los golpes de Estado, el pueblo realmente votó muy poco.
-Sí, desde luego. Pero las mismas experiencias de los gobiernos de facto hizo que la gente sienta que la democracia es indispensable. Eso es una experiencia histórica que la gente asimiló.
"NO EXISTEN DISTINTAS CORRIENTES HISTORIOGRAFICAS"
-¿Existen distintas corrientes historiográficas? -No existen distintas corrientes historiográficas (sic); lo que existen son distintos puntos de vista, distintas especialidades, énfasis que se ponen en determinados temas según los tiempos. Por ejemplo ahora se estila mucho hablar de los problemas de la inmigración, cosa que hace veinte años no se le daba mucha importancia y ahora sí. En la historia de las ideas también se está trabajando bastante. Pero bueno, puntos de vista distintos siempre existen. Cada historiador tiene su punto de vista, su tabla de valores, su manera de mirar la realidad.
-¿Y cuál sería el suyo?
-Tiene que ver con mis propios valores: yo soy democrático, soy tolerante, pienso que la democracia es una forma de vida que no puede dilapidarse. Entonces, cuando me encuentro con un régimen excesivamente autoritario como fue el de Rosas o el de Perón, bueno, evidentemente no me gusta. Eso no me convierte en juez. Yo trato de entender porqué. El resto que lo ponga el lector.
-¿Usted considera que está dentro de una interpretación liberal de la historia?
-Ni liberal ni revisionista. No sé. Yo escribo la historia en base a los elementos de juicio que tengo. Los documentos, los diarios de la época, los testimonios, en fin, todo lo que uno maneja para llegar a una cierta interpretación.
-¿Es necesario humanizar a los próceres?
-A mí me parece bien. Es lo que estamos haciendo en Todo es Historia desde el 67. En la “Carta del director” del primer número digo eso. Hay que sacar el bronce y el mármol y empezar a humanizar. Pero plantear hipótesis con poco fundamento histórico como si fueran certezas eso ya es otra cosa.
-García Hamilton plantea que San Martín no era pobre...
-Eso es sabido. Tampoco era rico. El pasó momentos bastante duros y dependía de los sueldos que le pagaba el gobierno del Perú, fundamentalmente. Y lo salva Alejandro Aguado que él lo nombra albacea en su testamento y con eso él tiene una posición más o menos desahogada.
-¿Qué opina sobre que San Martín es visto aquí como el Libertador cuando él en realidad liberó Chile y Perú y más bien fue Belgrano el que liberó a las provincias del norte argentino?
-Bueno, es evidente que San Martín contribuyó decisivamente a la libertad de Chile y de Perú, no se puede negar eso.
-Bueno, pero acá parece que se lo confundiera como el libertador de Argentina.
-No, de Argentina no. No tuvo mucho que ver. Salvo el hecho de encargarle a Güemes que custodiara la frontera norte.
-¿Leyó el libro “Argentinos” de Lanata?
-Yo no leí el libro de Lanata pero me dicen que cita mucho a Todo es Historia. Y si cita a Todo es Historia debe estar bien.
-¿Qué opina de las cartas de Sarmiento a Mitre después de Pavón?
-Sí, sí. “No ahorre sangre de gauchos”, etcétera. Eso es muy conocido. Era parte del temperamento de Sarmiento (sic). Era muy temperamental por ahí Sarmiento con las cosas.
-Dieron por televisión un programa sobre Sarmiento donde luego de destacar sus defectos hablaron de sus virtudes. Y es muy difícil extraer enseñanzas de la historia cuando no hay prácticamente contrastes y se trata sólo de mostrarla como si todo fuera un producto de contradicciones humanas y no hubiera otros intereses detrás.
-Sí, yo no vi esa audición pero si la hubiera visto creo que si las cosas se dijeron más o menos seriamente surgiría la grandeza de la personalidad de Sarmiento. Que con todas sus contradicciones, con todos sus defectos, es un argentino formidable. Un hombre que tiene la condición de estadista y que hacer de la educación el resorte del progreso fue una idea genial. Ayer estaba almorzando con el embajador de la República de El Salvador y me decía la importancia que tenía Sarmiento en su país. El director de la Biblioteca Nacional de El Salvador, que estaba almorzando también, me dijo: “Yo en mi despacho tengo un retrato de Sarmiento”.
-¿Usted adhiere al evolucionismo, al positivismo...?
-No, fueron movimientos filosóficos del pasado. Han contribuído, por supuesto, a un pensamiento más racional pero no por eso soy positivista ni evolucionista. La evolución está incorporada ya al pensamiento contemporáneo. No sé quién puede estar en contra de eso.
-Es para tratar de definir su línea ideológica.
-No busque catalogarme. Ni yo me catalogo. Yo hago lo que puedo. Noto que por ahí hay algún “él o ella, tal cosa...”. Pero no.
-Ahora está sacando en los quiscos una colección de libros. -Sí, con La Nación. Aparentemente con gran éxito. Parece que están sacando 50.000 de cada uno.
-Usted tiene una producción vastísima.
-Sí, soy viejo.
-¿Qué opina de las instituciones como el Instituto Sanmartiniano y demás?
-A mí no me gustan los institutos que se hacen en torno a una persona, porque ya hay una parcialidad de origen. Se han formado institutos sanmartinianos, rivadavianos, belgranianos, de Brown, de Moreno. Bueno, está bien si se dedican solamente a publicar cosas de estos próceres. Pero cuando tienen una posición casi de censura a todo lo que pueda paracer una crítica, ahí ya no me gusta. Por ejemplo, el Instituto Sanmartiniano tuvo mucho que ver con la censura que se le hizo a la película de Torre Nilsson “El Santo de la Espada”, de lo cual resultó un bodrio. Tal vez si lo hubieran dejado libre habría sido otra cosa. Por eso los institutos no me gustan mucho y no pertenezco a ninguno.
LA MASONERIA "ES UN VIEJO CUENTO"
-¿Qué opina de la participación de la masonería en la historia?
-Pero no, es un viejo cuento (sic). Mire, cualquier historiador con un poco de manejo de cosas puede atribuir lo que ocurre en la Argentina, o en la historia argentina, a los masones, a los jesuitas, a los ingleses, a los rubios, a los que tienen várices en las piernas, etcétera. Sarmiento estuvo en la masonería, Urquiza también y Mitre también, pero eso no quiere decir que hayan actuado como masones a lo largo de su vida pública. La masonería era una especie de club adónde había que estar para más o menos no quedar mal.
-¿Pero la masonería no actuaba...?
-En el tiempo de San Martín hay esta famosa logia Lautaro pero yo creo que no fue masónica. Tenía las formas pero nada más. Y posteriormente (la masonería) tuvo una posición anticlerical, desde luego, pero también de beneficencia, de solidaridad. En la fiebre amarilla, por ejemplo, los masones trabajaron heroicamente. Roque Pérez, por ejemplo, que era Gran Maestro de la masonería y después se contagió. En el último número de Todo es Historia hay un artículo muy bueno sobre si San Martín era masón o no.
-¿El aporte del revisionismo fue importante en su momento?
-Sí, lo que pasa con el revisionismo es que se mezcló mucho con política, con ideología. Pepe Rosas, sobre todo, trató de hacer una historia que desembocara gloriosamente en el peronismo. Es ridículo.
-De la línea revisionista uno de los últimos que queda es Fermín Chávez.
-Sí, pero ya no escribe, ya está grande. Es un buen tipo.
-También hay expresiones de izquierda de la historia...
-Ah, sí, Abelardo Ramos, Fernández Arreghi, pero no eran historiadores, eran ensayistas, igual que Jauretche.
-¿Las distintas visiones de la historia se complementan?
-En algunos casos, sí. Pero omiten cosas. Para hacer historia no se puede quedar uno con barajas en la mano.
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